Entre los escritorios de Cambridge, hace casi dos décadas, Diego Hidalgo (París, 40 años) descubrió que Facebook, en lugar de conectarnos, nos separaba. Siendo adolescente ya había sido testigo de cómo la tiranía del correo electrónico le privaba de horas de juego con su familia. Un recuerdo de infancia que lo marcó para siempre. Hoy, luchar contra los gigantes tecnológicos se ha convertido en la misión de su vida. Causa quijotesca en la que su mentalidad de sociólogo contrasta con el carácter irracional de su otra profesión, la de mago, con la que sorprende al público en las conferencias que celebra por todo el mundo.
Preguntar. ¿Son similares la magia y la tecnología?
Respuesta. Sí, en muchas cosas. Los magos roban la atención del público al igual que la tecnología digital. Además, hacemos creer al espectador que es libre de tomar decisiones cuando en realidad es el mago quien influye en ellas. Te lo mostraré. (Mete la mano en su mochila, saca una baraja de póquer, ordena al periodista que elija una carta y hace una broma).
P. En su nuevo libro Recuperar el control (Catarata) Dice que Google decide continuamente por nosotros.
r. Creemos que estamos eligiendo entre un menú infinito, pero en realidad nos guía hacia diferentes opciones. La explotación masiva de datos permite a las empresas de tecnología construir modelos predictivos y comprender nuestras debilidades cognitivas. Esto nos convierte en personas más manipulables a la hora de vendernos productos, servicios o ideologías…
P. Vivimos en una especie de espectáculo de trumann ¿En el que somos observados constantemente?
r. La diferencia es que ahora todos somos Truman.
“La tecnología digital nos anestesia, limita nuestra libertad y nos simplifica como especie”
P. Defiende, por ejemplo, que esté prohibido el uso del móvil en los bares, como ocurrió con el tabaco…
r. Sí, bueno, es más una provocación (risas), pero creo que es necesario que haya una acción colectiva entre el nivel individual y el político para superar la regulación. Sin duda hay argumentos suficientes para prohibir la venta de teléfonos móviles hasta la mayoría de edad, como en el caso de las salas de juego o el alcohol.
P. ¿Qué diferencia la adicción a la marihuana de la adicción a las pantallas?
r. Que lo segundo sea socialmente aceptado. Lo comparte casi el 100% de la sociedad y por eso es mucho más difícil darnos cuenta de que no es normal aceptar el daño que nos causa.
P. Muchos padres hablan de la presión social que sienten si son los únicos en clase que no les dan el móvil a sus hijos…
r. Por eso prohibir su venta a adolescentes les daría más poder. Su uso del móvil es como tener niños de catorce años conduciendo un coche a 160 kilómetros por hora sin permiso, con el peligro que esto supone para ellos y para los demás.
P. El Reino Unido pensó, hace unos meses, en prohibirlos a los menores de 16 años. ¿No es ésa una decisión política difícil de tomar para un gobierno?
r. Sí, pero en última instancia es como el cambio climático. Un desafío para las democracias de largo plazo cuando la política vive en el corto plazo. El marco regulatorio para la tecnología debería ser similar al de las industrias farmacéutica y agroalimentaria.
El uso del móvil por parte de menores es como tener a un niño de catorce años conduciendo un coche sin permiso.»
P. Dedica el libro a sus hijos, la Generación Z, con esta frase: “Para que podáis seguir eligiendo la felicidad y la libertad por encima de la inmediatez y la eficacia”. ¿Somos esclavos de la tecnología?
r. Por supuesto, porque están diseñados para anestesiarnos. Creo en el derecho a cometer errores y a tener criterios distintos a los de los algoritmos. Cada vez le hacemos a Google preguntas más amplias: qué regalo comprar, cómo ser mejor padre, qué hacer con mis hijos en vacaciones… Y esto limita nuestra libertad.
P. Y nos infantiliza…
r. Sí, nos simplifica como especie. A medida que delegamos poderes a dispositivos o aplicaciones, somos menos capaces de ejercerlos nosotros mismos. Por ejemplo, si ya no puedes moverte a ningún lado sin mirar tu GPS, estás aceptando un ecosistema del que eres cada vez más dependiente.
P. ¿Estás preocupado por el futuro de tus hijos?
r. Me preocupa el mundo que habitarán porque está bien comprobada la relación entre las pantallas y los altos índices de ansiedad y depresión en los adolescentes. Tengo tres hijos, pero el impacto psicológico que están teniendo las redes sociales en las niñas es mucho más preocupante que en los niños. En Estados Unidos, entre estos, la autolesión se ha sextuplicado en los últimos doce años.
P. ¿Limitas el uso de pantallas en casa?
r. Absolutamente. No los separo 100% de la tecnología, pero quiero transmitirles una relación sana, guiada y controlada para que aprendan a utilizarla sin que ella los utilice.
P. En el panorama actual de omnipresencia tecnológica, su causa parece quijotesca. ¿Te encuentras con muchos no creyentes?
r. cuando publiqué anestesiado (Catarata, 2021), mi primer libro sobre el tema, pensé que recibiría muchas más críticas, pero creo que como sociedad cada vez somos más conscientes de que estamos ante un fenómeno muy preocupante.
P. ¿Qué opinas de quienes te llaman tecnófobo?
r. Me identifico más con el término tecnocrítico porque creo que la tecnología se puede utilizar para hacer cosas interesantes. Yo mismo he sido emprendedor digital y fundé Amovens (la primera plataforma de coche compartido en España). Los riesgos de la revolución tecnológica tienen una base científica muy clara y no debemos caer en dogmatismos, como también ocurre con el cambio climático.
P. Su teléfono móvil es un viejo Nokia sin acceso a Internet. Crees que eres más feliz que quien esté leyendo esta entrevista tuya teléfonos inteligentes?
r. La felicidad depende de muchos factores, pero podría deberse a que delegar en las máquinas empobrece nuestra experiencia vital. Si seguimos confiando nuestras vidas a los algoritmos que dictan nuestras decisiones, perderemos nuestra libertad y dejaremos de interactuar profundamente con los demás. Y estos son dos elementos clave para la felicidad.
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