Ni nostalgia ni sueños, el fútbol está ahí
El último campeón de Italia y el último campeón de España se enfrentaron en el Estadio Diego Armando Maradona. Dicho así parece un acontecimiento previo al partido. Pero en las crisis del fútbol ni siquiera se respeta a los campeones. Nápoles no es un sistema en crisis, pero tiene la crisis como sistema. La ciudad, la historia del club e incluso su presidente prestan esta atención. Lo único que perdura en el club es el culto a Maradona que, como canta Gardel, cada día juega mejor. El asunto Barça tiene otra dimensión. El equipo no está porque no es capaz de ganar como el Barça y no sabe ni quiere ganar como el Real Madrid. Ahí está, a medio camino entre el deseo y la realidad, entre la sensibilidad y la realidad de Xavi, entre la nostalgia y la realidad.
…Y en realidad, Christensen
Christensen, como centrocampista, es el símbolo de las dificultades económicas y futbolísticas de un club que hasta no hace mucho conocía la perfección. En el City de Guardiola (guardián de los valores) todo el mundo es centrocampista, incluso el portero. Esto habla de la dificultad de jugar al estilo Barça con un centrocampista goleador. Christensen, sabiamente instruido por sus limitaciones, o no participa en el reparto o, si le llega el balón, intenta no perderlo. Por tanto, la salida está comprometida. Incluso con muchos otros jugadores fuera de posición, la superioridad del Barça quedó patente desde el primer minuto. Quizás por falta de confianza le faltaron fuerzas para sacar esa diferencia en el tablero y estuvo a punto de resucitar a hombre muerto. Eso deja al Barcelona. Problema menor si cada jugador vuelve a su sitio y si Xavi deja de perseguirse en cada rueda de prensa.
Pizarra y ferocidad
Hay mil maneras de jugar al fútbol y, dentro de unos límites éticos, todas irreprochables. En el Inter-Atlético hubo valentía, solidaridad y generosidad ante un público embelesado por la epopeya. Pero hasta que llegó el cansancio, fue como golpear un hierro frío. O para ser más romántico, un baile de apareamiento, pero con el defecto de que todos sabíamos que no sucedería. Dos arquitecturas potentes y duelos individuales a muerte en un partido que los jugadores tenían planificado desde el vestuario. El juego indescifrable sometido a un estricto control para mitigar riesgos. Esa disciplina táctica les está quitando a los jugadores el derecho a jugar, a pensar. “Juego interesante”, observó alguien, lo que normalmente significa que los peores jugadores obtienen más protagonismo que los mejores.
Fútbol, que espectáculo tan dramático
Un juego ya preparado es totalmente contradictorio. En un juego como este, la lista de compras de una estrella no incluye un freno duro, una pipa humillante o un sombrero elegante… Entonces, ¿qué es lo que nos mantiene hipnotizados? La importancia de la táctica, que se apodera del juego y hace que los iniciados se sientan más sabios. Pero lo que le gusta al aficionado es ver el esfuerzo heroico y leal de los jugadores y lo que le atrapa es la expectativa de lo excepcional. Que un error de cálculo, por ejemplo, produce una catástrofe que cambia el rumbo del partido y del empate. Precisamente esto fue lo que castigó al Atlético cuando, en la segunda parte, pagó el desequilibrio con un gol en contra. El regreso queda y, visto lo visto, como en Juego de Tronos, será «una noche oscura que albergará horrores». Otra forma, también un poco perversa, es que el fútbol nos fascina.
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