El mundo vivió un inusual impacto de un asteroide el pasado 21 de enero sobre el cielo de Berlín. Lo extraordinario fue que en la madrugada de ese domingo, a la 1:32 hora local, había cientos de personas esperando la llegada de 2024 BX1 y algunos sabían incluso hacia dónde tenían que mirar, como cuentan en los testimonios, fotos y vídeos que dejaron en las redes sociales. 95 minutos antes, la NASA había emitido un aviso que anticipaba cuándo, cómo y dónde exactamente se iba a producir el impacto. Una roca espacial se dirigía a toda velocidad hacia las afueras de la capital alemana, y no cabía esperar nada más que la espectacular estela de los bólidos que dejan estos cuerpos al desintegrarse cuando entran en la atmósfera.
Tres horas antes del impacto, el asteroide 2024 BX1 era un completo desconocido para la ciencia. El astrónomo húngaro Krisztián Sárneczky fue la primera persona que lo observó y, rápidamente, envió una alerta al Centro de Planetas Menores; esa institución de referencia puso sus datos a disposición de la comunidad astronómica internacional y enseguida llegaron nuevas confirmaciones desde observatorios de toda Europa. Tan solo 70 minutos después del descubrimiento, el sistema Scout de la NASA confirmó que la probabilidad de impacto con la Tierra era del 100% y, en menos de media hora más, nuevos datos permitieron precisar la trayectoria y el tamaño del asteroide, de apenas un metro de ancho: era inofensivo.
Este encuentro celeste con doble final feliz, tanto por la ausencia de daños como por el éxito en la detección anticipada y la rápida reacción, ha sido un hito para los científicos que trabajan en los sistemas de defensa planetaria de la Tierra. Pero sus esfuerzos chocan con los planes de Elon Musk de añadir decenas de miles de satélites en los próximos años a la red Starlink, operada por su compañía espacial SpaceX para dar cobertura global de internet de banda ancha. Los astrónomos no ocultan su preocupación.
El centro de expertos de la Unión Astronómica Internacional acaba de publicar su primer informe sobre las constelaciones de satélites artificiales, como las de SpaceX, OneWeb y Amazon. Y el documento, que recopila todas las evidencias científicas hasta la fecha, urge a tomar medidas frente a la actual proliferación sin control, tras haberse constatado que —entre otros efectos negativos para la astronomía— amenaza la capacidad para detectar asteroides y cometas que pasan cerca de nuestro planeta: los denominados objetos próximos a la Tierra, conocidos como NEOs por su acrónimo en inglés.
Desde su puesto de observación en la estación astronómica Piszkéstető, en una montaña al noreste de Budapest, Krisztián Sárneczky afirma: “La tendencia es muy preocupante. Cuando empecé mi búsqueda intensiva de NEOs con este telescopio hace cuatro años, rara vez un satélite cruzaba el campo de observación. Pero hoy en día no hay una sola de mis imágenes que no tenga al menos una traza de un satélite”. Detectar un asteroide antes de que impacte con la Tierra es algo excepcional. Solo ha podido hacerse en ocho ocasiones hasta ahora; y en tres de esas ocho, el tanto se lo apuntó Sárneczky, quien advierte de las consecuencias de este bum de nuevos satélites. “Si continúa a este ritmo, pronto nos pasará desapercibido un objeto celeste que viene hacia la Tierra, porque un satélite se cruce justo delante de él en una o varias imágenes astronómicas”, advierte Sárneczky. En 2020, la flota de Starlink no llegaba a 800 artefactos, ahora hay 6.000 y Musk tiene previsto llegar a 42.000 en los próximos años.
Ese pronóstico coincide con el de Siegfried Eggl, investigador de la Universidad de Illinois centrado en el estudio de los NEOs y en el impacto de las megaconstelaciones de satélites: “Hoy por hoy, su interferencia en la defensa planetaria es insignificante. Pero eso puede cambiar pronto, especialmente si no se reduce el brillo de los satélites. Además del reciente incremento en el ritmo de lanzamientos, la FCC (siglas en inglés de la Comisión Federal de Comunicaciones de EE UU) ya ha recibido solicitudes para lanzar cientos de miles más”.
Los cazadores de NEOs como Sárneczky y Eggl ponen especial atención en el crepúsculo, que es justo cuando pueden detectarse los asteroides más escurridizos. Son los que vienen desde el interior del sistema solar —con trayectorias de tipo Apolo y Atón, que se cruzan con la de la Tierra— y por eso, desde nuestro punto de vista cósmico, en el cielo aparecerán cerca del Sol: igual que los planetas interiores, Mercurio y Venus, solo pueden verse en las horas posteriores a la puesta de sol y en las anteriores al amanecer, y siempre a media y baja altura en el cielo. En mitad de la noche, permanecen ocultos bajo el horizonte.
Esas dificultades de detección hacen especialmente peligrosos a los asteroides de ese tipo que miden varias decenas de metros, como el de Cheliábinsk (Rusia), cuya explosión en 2013 a 30 kilómetros de altura liberó el equivalente a unas 30 bombas atómicas como la de Hiroshima; en la superficie, la onda expansiva provocó numerosos daños y heridos. Los sistemas de defensa planetaria actuales aspiran a poder detectarlos a tiempo, para avisar a las autoridades en caso de que el impacto pueda producir daños en zonas pobladas. Y los satélites como los de Starlink son una dificultad añadida: esas estrellas artificiales y móviles brillan sobre todo en las mismas horas y zonas en las que los astrónomos salen a cazar NEOs peligrosos.
“En general, durante las horas crepusculares hay muchas más trazas de satélites (las rayas que deja el movimiento de estos artefactos en las imágenes astronómicas). Es el momento en que los satélites reflejan la mayor parte de la luz solar hacia nosotros porque todavía no han entrado en la sombra de la Tierra”, explica Eggl.
Siegfried Eggl lidera el grupo de trabajo sobre el sistema solar dentro del LSST, un macroproyecto para realizar durante 10 años el censo del cielo más completo de la historia, desde el Observatorio Vera Rubin. Actualmente en construcción en el norte Chile y con fecha de inauguración prevista para finales de 2025, este nuevo gran telescopio estadounidense se convertirá, según Eggl, “en el centro dominante en el descubrimiento de asteroides cercanos a la Tierra en los próximos años y seguro que se verá afectado. Es difícil decir cuántos asteroides perderemos debido a las interferencias de las constelaciones de satélites, pero los resultados preliminares nos dicen que perderemos uno por cada cinco que descubramos. Eso pasará si los operadores no adoptan ampliamente medidas apropiadas para reducir el brillo de los satélites”.
Desde la Universidad de Washington (EE UU), Meredith Rawls trabaja en preparar el software del Observatorio Vera Rubin para operar con este cielo lleno de estrellas artificiales que viene, algo con lo que no se contaba cuando se presentó el proyecto. Esta investigadora explica que el nuevo telescopio “está diseñado para tener un campo amplio de observación y recoger un montón de luz, lo que le permite detectar objetos muy tenues (como pequeños asteroides) y barrer el cielo entero cada pocas noches. Eso le permitirá lograr nuestros objetivos científicos, desde catalogar los objetos del sistema solar hasta comprender mejor el destino del universo; pero eso mismo lo hace mucho más vulnerable que otros telescopios a grandes cantidades de satélites brillantes”.
Jaque a un macroproyecto astronómico
Si los planes de SpaceX y otros operadores se materializan, los 10 años del proyecto LSST coincidirán con una gran explosión en el número de satélites en órbita. Por eso, el equipo de Rawls está probando y refinando un algoritmo para identificar las trazas de los satélites y “distinguirlas de las señales que son útiles para la ciencia, marcando cada píxel contaminado dentro de una imagen astronómica. El reto es lograr hacer esto con precisión y con rapidez”. El tiempo es oro, cuando se trata de determinar si una luz corresponde a un asteroide que puede impactar o rozar la Tierra en cuestión de horas, o si es contaminación lumínica de los satélites. La otra medida que se plantean en el Vera Rubin para contrarrestar este problema es repetir el escaneo de la parte baja del cielo durante las horas del crepúsculo, según explica Siegfried Eggl; lo cual, además de llevar más tiempo, se lo quita a otras tareas: “Eso reducirá nuestra capacidad de detectar supernovas y otros objetos transientes. Puede perjudicar las investigaciones cosmológicas”.
Además, el centro de expertos del que forman parte estos dos investigadores, dentro de la Unión Astronómica Internacional (IAU), ha optado por colaborar con SpaceX —que maneja más de la mitad de todos los satélites que hay ahora en órbita— y otros operadores, para desarrollar medidas que mitiguen el impacto de los satélites. Reducir el brillo de estos artefactos no es tarea fácil, y desafía el sentido común: alejarlos —dentro de una órbita terrestre baja— los hace un poco menos brillantes, pero agrava el problema.
El astrofísico español David Galadí, investigador de la Universidad de Córdoba que estudia este problema, explica que “si los satélites orbitan algo más arriba, van más despacio y por eso pasan durante más tiempo por encima de los telescopios, dañando más sus imágenes astronómicas”. Por eso, en el informe recién publicado, los expertos de la IAU reclaman que los satélites tengan un brillo máximo de magnitud 7 —tan débil que no puede verse a simple vista— en caso de que los satélites orbiten a 550 kilómetros sobre la Tierra, como los Starlink; pero ese documento advierte que para satélites que vuelan más alto, como los de OneWeb, el brillo ha de ser todavía menor.
De momento, ningún operador ha conseguido situarse bajo ese límite, advierten todos los expertos consultados por este periódico. Dentro de su programa de colaboración con los astrónomos, SpaceX ha probado sin éxito varias ideas. Lo primero fue pintar un satélite de color oscuro, lo que redujo su brillo —pero no lo suficiente— y provocó un sobrecalentamiento del satélite inasumible; después, probaron a colocar un parasol para reducir los reflejos y eso todavía disminuía menos su brillo.
En la segunda generación de sus satélites Starlink —los V2 mini—, la compañía espacial de Elon Musk combina ahora varias técnicas de mitigación: desde una nueva pintura oscurecedora hasta recubrir la parte del satélite que mira hacia la Tierra con unos espejos que desvían la luz en otras direcciones y evitan la reflexión directa. Pero la propia SpaceX admite que no ha probado esas soluciones lo suficiente como para garantizar que vayan a funcionar. Y esos nuevos satélites, que pese a su nombre son más grandes que los de primera generación y tienen más superficie para reflejar luz, todavía llevan demasiado poco tiempo en circulación como para que la comunidad astronómica haya podido publicar análisis completos sobre su impacto.
Mientras tanto, SpaceX prepara ya el lanzamiento de una flota de los Starlink V2 de tamaño completo, todavía más grandes, diseñados para dar conexión 5G desde el espacio directamente a los teléfonos móviles —los actuales se comunican con antenas parabólicas instaladas en los edificios de los usuarios—. En esa misma línea trabaja la compañía AST SpaceMobile, que opta por usar menos satélites que SpaceX, pero todavía mucho más grandes. Su prototipo, el BlueWalker 3, aumentó la preocupación de los astrónomos por las megaconstelaciones, cuando en 2023 un estudio determinó que esa estrella artificial se había convertido en uno de los objetos más brillantes de todo el firmamento. Su magnitud aparente, 437 veces más brillante de lo recomendado, hace que pueda arruinar una imagen astronómica entera, no solo contaminar unos puntos.
Sin embargo, no solo la luz solar que reflejan estos satélites es un problema para la ciencia. Los expertos de la IAU advierten de que las propias ondas de radio que usan para llevar internet a cualquier punto del planeta interfieren con las observaciones de los radiotelescopios, y lo hacen en todo el cielo y durante las 24 horas del día. “La radioastronomía, fundamental para conocer la formación y evolución de las estrellas y del universo, no tiene manera de escapar de las megaconstelaciones de satélites”, explica David Galadí.
En su informe, la Unión Astronómica Internacional ofrece su asesoramiento a los Estados y a los operadores de satélites, a quienes pide una inversión decidida para desarrollar nuevas tecnologías que mitiguen el impacto de los satélites. También solicita a esas compañías espaciales que compartan los datos detallados de su trayectoria en tiempo real, para que los astrónomos sepan cuándo van a aparecer y puedan evitarlos.
Riesgo de saturar la órbita terrestre baja
Otros astrónomos han decidido pasar a la confrontación. La Asociación Internacional por un Cielo Oscuro (IDA, por sus siglas en inglés) ha apelado en los tribunales la decisión de la FCC de conceder a SpaceX las licencias para desplegar sus satélites Starlink de segunda generación sin una verdadera valoración de su impacto. Alejandro Sánchez, astrofísico de la Universidad Complutense de Madrid y que forma parte de esa organización, explica que “ya hay una normativa internacional clara para aplicar en estos casos: es el convenio de Ginebra de 1979 sobre contaminación atmosférica transfronteriza a gran distancia”.
Sánchez denuncia que, además, estamos ante un gigantesco experimento que no se ha planificado y recuerda que tampoco se han evaluado los riesgos ambientales que tendrá la reentrada en la atmósfera de multitud de satélites cada año; tienen una vida útil de varios años y acaban bajando hasta desintegrase, dispersando ahí componentes como el aluminio con efectos no estudiados. En cambio, este investigador señala que “sabemos que en torno al 14 de febrero de cada año hay un exceso de grandes bólidos, como el de Cheliábinsk, pero las megaconstelaciones comprometen la investigación científica para detectar los asteroides peligrosos que los provocan: aún desconocemos su origen”.
Galadí apunta a otro riesgo de la proliferación de satélites: las colisiones, que ya han sucedido en varias ocasiones y aumentan la cantidad de basura espacial, convirtiendo la órbita baja terrestre en un lugar cada vez más difícil y arriesgado para operar. Este astrónomo, que compara la situación actual con la del Lejano Oeste norteamericano, cree que los propios pioneros de ese nuevo territorio, como el actual dominador absoluto, SpaceX, deberían ser los primeros interesados en que se regule su uso: “En un espacio sin ley nunca podrán desarrollar su negocio multimillonario con suficientes garantías”.
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